domingo, 2 de mayo de 2010

Cine, Filosofía, Literatura: Deleuze y los senderos que se bifurcan

Introducción.
En el siguiente trabajo nos proponemos realizar un breve análisis de algunos conceptos de Deleuze a la luz de la influencia occamista para abordar, por otra parte, algunos cuentos de Borges. Trataremos de pensar las coincidencias entre Deleuze y Borges, sus resonancias, y leeremos deleuzianamente a Borges y borgeanamente a Deleuze.
Esto nos pone en la senda del nominalismo. Partiendo de la arbitrariedad del lenguaje, y de su infinita capacidad para producir sentido, es su propia naturaleza la que nos enfrenta con el problema de las series (discursivas). Las series con encadenamientos discursivos que guarden internamente una relación de homología y analogía, que guardan un mismo código. Por ejemplo, podemos pensar en la serie “crímenes” y en la serie “nombre de Dios” de La muerte y la brújula, o en la serie “Don Quijote” y la nueva serie “Don Quijote de Pierre Menard” en Pierre Menard, autor del Quijote.
El concepto de serie, que proviene del estructuralismo, nos permite pensar en la legalidad y racionalidad del universo, de una cultura, de un sistema cualquiera. Este concepto es el que nos permite comprender temas de la obra borgeana como el de la traición y el de la traducción.
Por ejemplo, existe una serie edípica, mítica, la del propio Edipo y otra serie repetida una y otra ves en cada uno de nosotros según Freud. Por ejemplo, en El hombre de las ratas, tenemos una serie paterna, con la historia del padre, sus amoríos de juventud, su carrera militar, sus apuestas y juegos, y otra serie, la del hijo, compuesta de su carrera militar, sus propios amores, sus vínculos con los generales que torturan, etc.
Tenemos la serie Droctulft y la serie de la cautiva inglesa (que a su vez se puede desdoblar entre la propia cautiva y la abuela de Borges), en el cuento Historia del guerrero y la cautiva. Droctulft fue un bárbaro que murió defendiendo Roma, y la cautiva una inglesa que terminó viviendo como indígena entre en Argentina. Las series resuenan entre sí, sin develar inmediatamente por qué. El narrador dice: “Cuando leí en el libro de Croce la historia del guerrero, ésta me conmovió de manera insólita y tuve la impresión de recuperar, bajo forma diversa, algo que había sido mío”. Algo entre las historias resuena; decimos incluso: “esto me suena” (como en la magnífica y divertida película de Resnais Conozco la canción).
El cine tiene grandes constructores de series. Resnais, en Conozco la canción nos propone un juego musical en donde la serie del pasado vuelve al presente, retorna, en forma de canción. La historia está construida de tal manera que, en función de las vivencias de los personajes, o de las propias situaciones, se dispara un recuerdo auditivo, se trae un momento del pasado identificado con una canción cantada por algún intérprete famoso. Toda la obra de Resnais está construido siguiendo el principio de la serie: Hiroshima mon amour, Hace un año en Marienbad, Muriel, etc.
Pero el director que mejor maneja esta construcción serial es sin dudas Atom Egoyan En Ararat: la serie del caso histórico del genocidio armenio, la serie del caso de la filmación de la película sobre el genocidio, el caso de las historias de los actores y productores que están haciendo la película, etc. En Exótica: la serie del pasado entre el protagonista y la muerte de su hija, la serie actual del protagonista y la streapper vestida de colegiala, etc. Tomémonos un momento para analizar con mayor detalle Un dulce porvenir. Por un lado tenemos la serie definida por: accidente-pérdida de los hijos-padres en duelo-sufrimiento, por el otro tenemos a: abogado-hija drogadicta fugada de la casa-sufrimiento.
Borges dice en Historia del guerrero y la cautiva: “imaginemos [...] a Droctulft, que sin duda fue único e insondable (todos los individuos lo son), sino al tipo genérico que de él y de otros muchos como él ha hecho la tradición, que es obra del olvido y de la memoria”. Este pasaje nos da las pistas para comprender qué relaciones existen entre las series. En primer lugar, la serialización de la realidad nos permite cierta forma de analogía, cierta forma de generalización, sin llegar a, como decía Occam, multiplicar innecesariamente a la realidad. Multiplicar a la realidad sería extraer de las series un universal, una forma, presente, supuestamente, en ambas series (por ejemplo, el abogado como sujeto constante de ambas series, a una supuesta alma reencarnada en el cuento de Borges sobr eel guerrero y la cautiva, etc.). Si bien el plano individual y concreto es insuperable, así como insondable, la existencia de las series nos permite superar ese plano sin multiplicar innecesariamente. En efecto, no se multiplica a los seres porque se presentan series individuales, por ejemplo, se presenta la serie que define a la cautiva y la serie que define al guerrero. Sin embargo, estas series se superponen, atravesadas por la memoria y el olvido. La memoria es aquello que reúne a las series, que permite su reproducción, su eterno retorno. Algo retorna siempre, de alguna manera. Pero algo retorna siempre de alguna otra manera, de allí el olvido. Repetición y diferencia: esta tensión entre memoria y olvido nos revela las relaciones racionales entre las series sin extraer nada de ellas, sin hacer abstracción (como en Aristóteles o Santo Tomás), sin sacar ningún elemento de las series mismas.
Pero, ¿qué es lo que permite que las series, una y otra vez, vuelvan? O, lo que es lo mismo, ¿qué es lo que hace que las series se parezcan, resuenen entre sí? Podríamos adelantar una respuesta: su mismo origen. Hasta aquí nos lleva el estructuralismo. Aquello que hace que todas las series resuenen entre sí, aquello que reúne a todas las series sin ser una serie, es ese nombre que reúne todos los nombres, ese nombre, por lo tanto innombrable, terrible, el nombre de Dios.
Este es un tema recurrente en Borges, que culmina con el magnífico Aleph. Pero no nos adelantemos, Borges no es Lacan. Si las series se parecen es porque todas tienen un mismo origen. Lévi-Strauss lo puso en la estructura de la mente, en el Inconsciente Universal o Pensamiento Salvaje (la serie de los indígenas de Norteamérica análoga a la serie de los indígenas de Australia, etc.). Lacan supo ver este nominalismo al que estamos condenados (gracias a Dios) y postuló la primacía del lenguaje sobre cualquier otra realidad para comprender al ser humano, y, puntualmente, la primacía del significante (del nombre del padre) para pensar al neurótico (o “normal”). Siguiendo a Saussure, Lacan dice que el significante no es nada en sí mismo, sino la pura diferencia. Dice Lacan: “En su esencia, el significante es siempre pura diferencia, puesto que es lo que no son los otros” (Cf. Dor, 183). El significante, sin ser algo determinado, es aquello que separa a las series (separa la serie materna de la serie paterna en la identificación, por ejemplo). Así, las series siempre tienen un origen, aunque éste no sea algo determinado al modo de una idea platónica. En efecto, Platón fue el primero en reconocer la existencia de las series (aunque lo hizo de a la manera griega, siguiendo a la phýsis, a la Naturaleza y no al lenguaje): una Idea, y las series de copias, de copias, hasta llegar a esa última serie, la del Sofista, en donde la serie ya no resuena con el resto de las series y mucho menos con la Idea: el no-ser existente, el sofista, el simulacro.

Retomando a Borges, podríamos decir que el laberinto siempre tiene un centro. Pero, un problema se presenta para seguir sosteniendo esta resonancia entre las series. Un problema ya expuesto por el mismo Freud y por la propia idea borgeana del laberinto desértico. Dice Freud: “Al juzgar nuestra especulación acerca de las pulsiones de vida y de muerte, nos inquietará poco que aparezcan en ella procesos tan extraños e inimaginables como que una pulsión sea esforzada a salir fuera por otra, o que se vuelva del yo al objeto, y cosas parecidas. Esto sólo se debe a que nos vemos precisados a trabajar con los términos científicos, esto es, con el lenguaje figurado {de imágenes} propio de la psicología (más correctamente: de la psicología de las profundidades). De otro modo no podríamos ni describir los fenómenos correspondientes; más aún: ni siquiera los habríamos percibido. Es probable que los defectos de nuestra descripción desaparecieran si en lugar de los términos psicológicos pudiéramos usar ya los fisiológicos o químicos. Pero en verdad también estos pertenecen a un lenguaje figurado, aunque nos es familiar desde hace más tiempo y es, quizá, más simple”.
¿Qué pasa cuando dependemos tan profundamente de las palabras, del discurso? ¿Qué pasa cuando llevamos al extremo el nominalismo y el mundo empírico estalla en mil pedazos? Si las palabras son las que nos permiten visualizar o percibir a la realidad, ¿a cuánto estamos de construirla completamente? El problema está en que si todo es una cuestión de palabras, la producción de sentido será infinita, como en la teoría del interpretante en Pierce en donde a cada signo le corresponde una serie infinita de signos que se van superponiendo sin alcanzar nunca un signo primero y último), y entonces todo orden desaparecería, desaparecerían incluso las paredes del laberinto dejándonos en la intemperie del desierto.
Definitivamente el final sería ese, y, por lo tanto, Lacan no es Borges, ni siquiera Lévi-Strauss. La infinitud del Aleph rompe con toda teoría posible por inclusión infinita. El problema está en que la ciencia, en tanto tal, tiene como misión extraer constantes, realizar cortes, en lo real-infinito, de allí la necesidad de usar al menos algunas palabras. Pero sabemos que las cosas no terminan allí (no siempre los científicos reconocen esta ausencia de límites o términos). Las series aparecen como bifurcaciones constantes e incesantes, siempre saliendo de alguna serie anterior, nunca originaria, siempre derivada. He aquí la diferencia con el estructuralismo: mientras que las series se originan siempre a partir de algo originario, aunque vacío en Lacan o Lévi-Strauss, el infinito o los senderos que se bifurcan se parece más a ese flujo esquizofrénico de que nos hablan Deleuze y Guattari.
Sin embargo, no debemos entender esto como un caos. Para Deleuze y Guattari, la esquizofrenia, o el proceso esquizofrénico (distinto de la esquizofrenia como enfermedad y/o derrumbe), no es algo caótico sino más bien algo que es inclusivo. El infinito no lo es por su desorden o por su caos, sino por su inclusión infinita (como el Aleph). Y de eso se trata en las series o relaciones maquínicas en estos autores, de una infinita posibilidad de relacionarse sin construir catedrales de orden, hegemonías, límites a la serialización. En Lacan parece haber un significante que realiza un corte en la serie, distribuyendo a los elementos y a la propia falta (como diferencia) en todo el conjunto. El significante realiza un corte, de allí en más el neurótico. Pero si el Nombre de Dios incluye a todos los nombres, si el Aleph es “el punto donde convergen todos los puntos”, es porque reúnen y no cortan. Existe una diferencia fundamental entre el Nombre de Dios, el Aleph, esa primera letra que alude a la ilimitada realidad, y la falta que se distribuye en toda la serie. Al igual que el Om hindú (que también es una palabra-sonido compuesta por cuatro elementos, A-U-M-silencio, reuniendo así a todo el universo), el Aleph se encuentra cerca del Dios de Spinoza en donde toda la trascendencia ha quedado desterrada. A ese Dios spinozista no le falta nada: detrás de todas las series no hay nada, ni siquiera un agujero, una ausencia. Así como detrás de todas las máscaras no falta nada, sino que Dióniso mismo es la multiplicidad infinita de máscaras posibles.
Todo laberinto tiene su centro, es cierto, pero siempre está el sueño de hacer el laberinto de los laberintos, en donde todos los hombres se pierdan, como Ts’ui Pen, quien no sólo quiso construirlo sino además escribir “una novela más populosa que Humg Lu Meng”. Laberinto de laberintos, biblioteca infinita, novela populosa, las palabras parecen presentarse ellas mismas como un laberinto infinito (y no finito como piensa el estructuralismo), capaces de reunir todas las historias posibles, aún las contradictorias.

Conclusión
El pensar de lo infinito, de ese caos inclusivo, nos lleva a pensar la diferencia no sólo como falta o ausencia, sino materialmente. Lo absolutamente singular, la diferencia irreductible, producto de la singular relación en la que entran las series consigo mismas y con las otras, relación que no podrá nunca ser repetida en la medida en que eso que pasa, esa resonancia, altera de tal manera a los elementos que hay que decir que se produce una nueva serie, y así constantemente. La realidad es un devenir y esto quiere decir que está en constante cambio. Deleuze da cuenta del viejo problema de la mutabilidad y la multiplicidad y le da una nueva respuesta más allá de Parménides, Heráclito, Platón, etc. Deleuze sigue a Nietzsche y, al cruzarse con él, produce una nueva filosofía.
Estamos, así, ante la diferencia entre el planteo estructuralista y el de Deleuze: la producción (invención, construcción). Pensar al entre como una resonancia no originaria es pensar la producción, la novedad, lo dinámico, más allá de las relaciones estáticas establecidas y ya dadas en el conjunto finito de la estructura. La diferencia como devenir deja de ser algo vinculado con un vacío o una falta o algo abstracto y toma consistencia, porque el resultado de la diferencia es un cuerpo nuevo, una nueva relación, un cuerpo por el cual pasa algo que es, sin embargo, incorporal. La diferencia se da en un entre, pero el entre es ahora un cuerpo: es que no hay más que cuerpos, no existe el vacío, todo es inmanente a Dios, diría Spinoza. En una concepción de este tipo, no hay más que materia (hýle) y cuerpos. La diferencia termina siendo un cuerpo mismo: en la novela de Thomas Hardy Jude, el oscuro, el personaje principal se encuentra siempre entre series (la serie del campesino y la del intelectual, la serie de Sue o la serie de Batsheeba (sus dos mujeres), etc. Jude entre el intelectual y el obrero o campesino es un cuerpo, Jude, ser irrepetible que, en efecto, sólo se comprende por todo lo que él no es (como el significante), pero Jude termina siendo algo en sí mismo, tiene una entidad, una positividad, que el significante no tenía. Seguir pensando exclusivamente en términos de series paralelas y análogas nos impediría reconcoer la diferencia irreductible de esa vida y nos haría reducirla a algunas de las series ya-conocidas. ¿Lo que le ocurre a la cautiva es análogo a lo que le ocurre al guerrero? Si pensamos en términos de series terminamos reduciendo la diferencia a la identidad (aun cuando esta identidad sea algo formal-estructural como en Lévi-Strauss o un significante vacío como en Lacan). El abogado en El dulce porvenir deja de ser quien era para comenzar a ser un nuevo tipo de abogado, un nuevo ser, que no es ni un “simple” abogado ni un padre que perdió a su hija (recordemos a Antígona: entre la serie femenina y la masculina se encuentra ese devenir que pasa por Antígona que nos hace decir que ella no es ni hombre ni mujer sino una diferencia positiva irreductible). ¿En qué sentido esa singularidad que es el abogado, ese resto que es ese sujeto ubicado entre las series heterogéneas (la de los padres que perdieron a sus hijos y la propia que perdió a su hija), no es una identidad, no es una constante concreta sino dos abogados distintos? En que hablamos de algo que ocurre en ese momento concreto, hablamos de algo que pasa, hablamos de ese individuo concreto imposible de ser generalizado. Ni bien este abogado nuevo se enfrente a una nueva serie reinsertado, a su vez, en otra nueva serie, ya dejaremos de hablar de ese abogado que aparecía entre las series A y B. Supongamos lo siguiente:

-serie A: padres-accidente
elementos: a (padres)-b (accidente)
-serie B: abogado-hija drogadicta
elementos: c (abogado)-d (hija drogadicta)

Una vez que se enfrentan las dos series tenemos una combinación de dos series A-B que ponen en juego a los elementos: a-b-c-d. Esta relación da lugar a una diferencia que pasa por alguno de los elementos: el nuevo abogado que no es ni un padre que perdió a sus hijos en un accidente ni un abogado que perdió a su hija por drogadicta, es la resonancia que aparece cuando todo esto se enfrenta. Podríamos decir que es el conjunto de a-b-c-d siendo así un nuevo elemento c’, que aparece como resto o resonancia entre las series. Hasta aquí no hay un nuevo elemento, sino un elemento, c, transformado en c’, pero que todavía sigue dentro de las oposiciones expuestas recién. Todavía no hay un nuevo elemento. Ahora bien, si pensáramos en el futuro de este abogado, en un hipotética segunda parte, sí entonces c’ se pondría en relación con otros nuevos elementos formando una serie que podría ser enfrentada con otras nuevas series.
El devenir deja así siempre un resto, un resto entre las series heterogéneas y paralelas. La singularidad es la diferencia en sí misma pero con consistencia, plena, llena. Pero, ¿qué cosa? ¿Cómo la diferencia en sí misma puede ser algo, no se estaría negando así misma convirtiéndose en una nueva identidad? Lo que ocurre es que la singularidad no remite nunca a nada más allá de sí misma, no puede ser comparada con nada y, como tal, no puede ser enfrentado al modo de los elementos (identidades) de las series.

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