Todo comienza con un contrato: un aviso en el diario, una carta, un documento. El contrato, que es un tema propio de la filosofía política de la modernidad, supone que al menos dos personas se ponen de acuerdo en algo. La filosofía política dice que es la propia sociedad la que resulta de un contrato que, en ese caso, proviene del consenso de la totalidad de los individuos. Todos aceptamos, contratamos, que exista un grupo reducido de representantes que pongan las leyes bajo las cuales viviremos, es decir, las reglas del juego que rigen en nuestras vidas. Aquí tiene nuestra actual democracia uno de sus fundamentos, aquí tiene la propia ley el fundamento, su explicación y razón de ser.
El masoquismo parte de esta misma idea del contrato entre partes, entre dos voluntades individuales libres, pero lo hará para desarticular al contractualismo y mostrar su arbitrariedad mediante su exageración, es decir, no por oposición o contra-argumentación, sino extremando los mismos argumentos de esta filosofía política, desarmándola desde el interior. Dice Deleuze: “la ley tiende siempre a olvidar su origen y a anular las condiciones originales en donde voluntariamente se enfrentaban dos personas” (Presentación de Sacher-Masoch, 95). La ley olvida su origen: olvida que en el origen no hay más que invento arbitrario, que no hay necesidad ni naturaleza que la fundamente. ¿Cómo muestra el masoquismo este olvido esencial sobre la ley y, por lo tanto, su arbitrariedad y violencia? El contrato masoquista dice lo siguiente: uno quiere ser humillado voluntariamente, pegado, azotado, atado, etc. El contrato dice, en última instancia, que uno quiere ser esclavo del otro contratante, que uno quiere dejar anulada su voluntad.
Este abandono de la voluntad individual, esta entrega absoluta a la otra persona, tiene dos consecuencias que son la crítica misma a la ley: la primera, es, como decíamos, el desenmascaramiento de su violencia originaria. Si la ley está para prohibir y negar ciertas conductas y ciertos placeres, el masoquista toma al pie de la letra a la ley para encontrar placer en su castigo. Mientras es castigado, el masoquista se ríe al sentir placer: la ley, con todo su peso, aplicada estrictamente, no puede escapar a su negación, a su derrumbe y, en definitiva, a su desenmascaramiento por absurdidad. Dice Deleuze: “la más estricta aplicación de la ley tiene aquí el efecto opuesto al que se habría esperado normalmente (los latigazos, por ejemplo, lejos de castigar o de prevenir una erección la provocan, la garantizan)” (Presentación de Sacher-Masoch, 92). El masoquismo, de esta forma, es una de las primeras críticas a la teoría liberal del pacto o contrato social demostrando hasta dónde se puede hacer llegar a la ley. Contra el masoquista, la ley ya no sabe qué hacer: si lo deja pasar, pierde su soberanía misma, su propio poder, y si castiga, cumple con la voluntad del castigado. Cuanto más severa sea la ley, más poder se da al que la viola, más placer, más perfección, más, en definitiva, libertad (al poder cumplir o realizar sus fantasías).
La segunda consecuencia nos conduce directamente al simulacro. La idea de simulacro o phantasma aparece en El Sofista de Platón como la posibilidad de que aquello que no es, sea. Dicho breve y someramente, a partir de la Idea se desprende una jerarquía de copias o representaciones que se ajustan más o menos al modelo hasta llegar a una imagen que ya no tiene nada que ver con éste. De un modelo tenemos sus copias que se parecen a él. Cada copia es como la represenación más o menos perfecta del modelo. Por un lado tenemos el modelo real y por el otro las representaciones aparentes, es decir, que se parecen a lo real. El simulacro, sin embargo, es un tipo de representación o ser que ya no guarda ninguna relación con ningún modelo. Un ser de estas características, así, no debe ser entendido según la división realidad-apariencia. ¿Cómo comprender este tipo de imagen que existe pero que no tiene ninguna relación con la Idea? Corriéndonos un poco del planteo platónico, nos interesa resaltar un tipo de existencia que no se encuentre subordinada al modelo, es decir, una concepción que no haga de todas las cosas copias más o menos perfectas e imperfectas de aquello real trascendente. Pensar un mundo jerárquico como el platónico introduce la falta en todas las cosas (el no-ser): siempre nos falta para ser realmente. Pero, si prescindimos de la Idea, el universo se vuelve monista y todas las cosas descansan sobre un plano de inmanencia, sobre una superficie plana, que hace del ser antes que un concepto análogo (sólo por analogía con la Idea de Belleza decimos que algo bello es bello), un concepto unívoco: el ser se dice de una única manera, siempre se dice en un mismo sentido. Esta concepción, que aparecerá en Duns Scoto, y fuertemente en Spinoza y Nietzsche, estaba ausente entre los griegos pero como presentida, sobre todo en la experiencia del simulacro, en su posibilidad amenazante para toda la metafísica. Si antes la Belleza en sí misma, plena y perfecta, ontológicamente perfecta, se encontraba en la Idea, y a partir de allí se distribuían el resto de los seres en más o menos bellos, decimos del paisaje que es parecido a la belleza porque reúne tantas cualidades de la Idea, por analogía, y que otro paisaje es menos bello porque reúne menos cualidades, ahora, lo bello de todas las cosas está dicho de la misma manera, el ser es ontológicamente el mismo en todos los casos. A las cosas no les falta nada. Es a esta concepción del ser a la que apunta la experiencia del simulacro.
Foto: Helmut Newton
El director de cine Jean-Luc Godard tiene una frase que da en la tecla para comprender estas dos concepciones del ser: “No una imagen justa, sino justo una imagen”. Una imagen justa es una imagen que se ajusta al modelo, una imagen en donde el modelo está más o menos presente; pero justo una imagen es una imagen que no remite a ninguna otra imagen anterior para poder ser comprendida: el sentido de la misma se encuentra en ella misma. Esto supone que, por ejemplo en el cine, pero también en el teatro y en la vida en general, las producciones de sentido son construcciones radicalmente nuevas que no deben ser comprendidas remitiendo a conocimientos previos: el conocimiento deja de ser re-conocimiento y representación y pasa a ser invención, ficción, construcción, producción. Justo una imagen es el simulacro.
El masoquista pide al otro que viva como real lo que para él es una fantasía. En la conjunción de fantasía y realidad se produce el simulacro. Severin, el héroe de la novela La Venus de las Pieles le dice a su Amada-Ama: “Tomas demasiado en serio mis fantasías”, a lo que Wanda responde: “¿Demasiado en serio? Tan pronto como las cumpla no podré detenerme en las bromas [...], saber lo mucho que odio el juego, la comedia. Tú lo has querido así. ¿Ha sido idea mía, o ha sido idea tuya? ¿Te he inducido yo a hacerlo, o has sido tú el que ha enardecido mi imaginación? En todo caso, ahora las cosas van en serio para mí?” (Sacher-Masoch, L. von La Venus de las pieles, 85). En un punto, ya no hay cómo distinguir entre lo real y la representación, entre lo real y el juego. Severin duda más de una vez a lo largo de su relato sobre su querida: por ejemplo, en una ocasión Wanda se ausenta por un buen tiempo, Severin ha quedado como sirviente de su palacio. Pasan los días y Wanda no da señales de vida. Severin comienza a dudar, ¿y si ella lo deja abandonado? No hay cómo saber si el abandono es real o forma parte del contrato. Efectivamente, el contrato supone que él sea humillado, que sea despreciado, tratado como un esclavo o sirviente, abandonado o incluso asesinado. En este caso, la mujer está cumpliendo con la fantasía de Severin, efectivamente lo está abandonando, pero, ¿cómo saber dónde termina la fantasía de dejarlo y comienza la realidad de dejarlo? No hay cómo saberlo.
Foto: Helmut Newton
Las novelas de Masoch llevan esta indistinción entre el mundo de la representación y el de la realidad, el mundo real y el de sus copias, hasta la propia «puesta en escena» de las historias: cuadros y pinturas se mezclan con sueños, fantasías y percepciones. Todo enmarca una historia en donde el eje principal, lejos de ser simplemente el placer en el dolor, es del sensualismo, el de los sueños, las fantasías, y su mezcla. La misma problemática de las representaciones, las actuaciones y juegos aparece en la novela El amor de Platón, en donde Masoch construye la historia a partir de las ideas sobre el amor presentes en el Banquete de Platón: un joven, que se hace llamar Platón y que está convencido de que el verdadero amor es el amor.
En esa indistinción entre la fantasía y la realidad, lo que se da también es un sacrificio del propio Yo. El punto de partida del masoquista es la anulación de la voluntad indiviudal y la entrega completa y total al otro: “Simplemente queremos tornarnos un único ser, queremos fundir todas las cualidades, las ideas, las adoraciones de la vida en una entidad única con el otro. Nos entregamos, como un objeto, como una tela que deberá cortarse a la medida, diciendo «¡haz de mí lo que tú eres!»” (Sacher-Masoch, L. Don Juan de Kolomea, 52). El sacrificio en tanto anulación de la volutnad hace saltar la Ley, hace saltar los propios fundamentos del contrato social. De esta manera, Masoch realiza su crítica al contractualismo por medio de esta burla de la ley del masoquista.
En la historia de Jelinek presente en su novela La pianista y llevada magistralmente al cine por Haneke, asistimos a una típica escena masoquista conmovedora, aterradora, inquietante, precisamente porque nos presenta la imposibilidad de distinguir el plano de lo real del plano de la fantasía o representación. Una profesora de piano, que vive con una madre severísima en una relación patológica de protección, comienza una relación con un joven alumno, Walter. Luego de algunos encuentros, Erika decide mostrarle una carta que tiene bien guardada y escondida. Erika “Lo ha escrito todo. Quiere dejarse absorber íntegramente por el hombre, hasta desaparecer” (Jelinek, E. La Pianista, 209); “Erika se desprende de su voluntad. Se desprende de una voluntad que siempre le ha pertenecido a la madre y ahora se la entrega a Walter Klemmer como el testigo en una carrera de postas” (Jelinek, E. La Pianista, 210). Primera ambigüedad de la relación masoquista: en este caso, la anulación de la voluntad implica una relación de poder en donde Erika, terriblemente dominada por su madre, dominará a Walter al entregarse ella misma. Nada es lo que parece, las coordenadas de lo real y conocido comienzan a desdibujarse. Erika, al entregarse completamente a Walter, realiza su fantasía y, así, escapa del mundo cerrado y casto al que la madre la sometía. Al entregar su voluntad, Erika cumple su fantasía. Erika logra hacer que el otro cumpla su fantasía de dejar de ser un sujeto autónomo (si bien ella lo era muy pobremente debido a su madre).
Foto: Helmut Newton
En la carta o contrato, ella le pide a su amante que no le haga caso si ella, en medio de los azotes o golpes que recibirá, pide que se detenga: la anulación de la voluntad debe ser absoluta, la desintegración total: “Si satisfaces mis ruegos, cuando te pida, amado mío, que sueltes un poco mis cadenas, quizás podría llegar a liberarme. Por ello, por favor, nunca hagas caso, ¡aunque te lo suplique! Por el contrario, ante mis súplicas haz como si quisieras seguir adelante, de hecho, ciñe y aprieta aun más las cadenas” (La pianista, 211), “no prestes atención cuando diga no. No oigas mis ruegos” (La pianista, 229). El estudiante se ríe, cree que todo es una broma, que Erika simplemente le está jugando una broma. Erika insiste seriamente que no es un juego. Walter duda, esta mujer está loca. Pero a la larga, la fantasía se realizará. ¿Qué quiere decir que una fantasía se realice? Por lo general, la naturaleza misma de una fantasía es ser precisamente eso, una fantasía, es decir, algo que no es real, que no puede ocurrir. Recordemos a Platón: phántasma, la fantasía es una representación que no es real para nada, es lo falso. La fantasía se opone a lo real, aunque exista. Ese es el simulacro: existe pero no es real en el sentido en que sólo las Ideas son reales. ¿Qué es lo real en este caso? Lo real, que es definido culturalmente pero vivido siempre como incausado, natural, normal, eterno, es la sexualidad libre, en donde dos sujetos se encuentran para libremente darse placer. Lo real es que a nadie le gusta el dolor, que nadie quiere ser voluntariamente golpeado, azotado, humillado, etc. Eso no puede ser real. La psiquiatría del siglo XX le pondrá un nombre a eso que se desvía de lo real-normal-natural: perversión. Y nacerá el término masoquismo (así como el de sadismo de Sade) a partir de considerar que esa forma de sexualidad no es real con todas las letras, sino formas de sexualidad alejadas de lo real.
Foto: Helmut Newton
Sin embargo, el masoquista, Erika en este caso, hacen de la fantasía lo real mismo. Si ocurre esto, cómo compararse con el modelo, con lo real, si ahora parece que hay muchas realidades, si ahora lo que debería haber sido una fantasía (una forma desviada del modelo real) se ha vuelto real también. Todo se vuelve confuso, las coordenadas que nos permiten orientarnos en nuestro mundo caen y se pierde el rumbo.
Walter perderá su rumbo y se encontrará en medio de la fantasía, peleándose violentamente con Erika. En medio de esta pelea, el amante comienza a realizar lo que la fantasía pedía. Todo parece indicar que al principio estamos frente a una escena real, donde efectivamente los amantes tienen una pelea real, pero lenta y gradualmente esa realidad se va metiendo en el terreno de la fantasía, el amante comienza, en medio de la pelea, a hacer todo aquello que ella le había pedido. Él la golpea fuertemente, la violenta y comienza a violarla rudamente, ella se resiste, lucha, le pide que se detenga, que por favor pare, él no para, y al no parar no hace otra cosa que hacer lo que ella había contratado: que no parara si ella se lo pedía.
Cuando el momento llegue ya no hay cómo distinguir la fantasía de lo real porque la fantasía es lo real y nada más. No habrá una adecuación más o menos perfecta con el Ideal porque el Ideal será la Fantasía sensible, será el acontecimiento mismo, lo que ocurra en los cuerpos mismos. Lo único real son los simulacros y lo que debía ser real pasa por ser una normalidad ingenua, culturalmente construida, un invento también. El simulacro termina haciendo de todas las cosas simulacros, uno se pierde en una sucesión infinita de simulacros, todo se vuelve ficción, todo se vuelve simulación, máscara, y lo real queda no sólo perdido sino abolido: si algo aprenderá Walter, así como Wanda, es que la vida real ya no tendrá la misma consistencia: algunos eligen creer en una cosa y otros en otra, pero todas las cosas (antes divididas entre realidades y representaciones o ficciones) pasan a estar en un mismo plano, unas al lado de las otras.
El masoquismo nos presenta así una experiencia viva del simulacro. En efecto, en la medida en que el simulacro es lo que no admite la representación porque la anula por esencia, éste sólo puede aparecer como una experiencia intransferible, irreductible. Platón fue el que originó esta posibilidad del masoquismo cuando afirmó esa tercera forma de existir presente en el simulacro: una imagen que existe pero que no es: podemos pensar en un modelo, en una copia, en una copia de la copia, etc., hasta llegar a una imagen que ya no tiene nada que ver con el modelo, una imagen en donde la Idea ya no está presente para nada, pero que sin embargo existe. El simulacro es la fantasía hecha realidad: deja de ser una representación, una actuación. En el simulacro ser y actuar quieren decir lo mismo: todo se vuelve una ficción, todo se vuelve máscara.
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